En Monza, hace casi un año, Fernando Alonso explicó su profesión: \'La Fórmula 1 no es un deporte, es otra cosa\'. Horas antes le habían sancionado de forma injusta por haber, en teoría, molestado a Felipe Massa durante la vuelta rápida de éste en la clasificación. El Renault del español, según los avezados comisarios de la Federación Internacional, había generado unas misteriosas y dañinas turbulencias para el Ferrari del brasileño. La distancia entre los dos coches era de más de 300 metros y ni siquiera Massa levantó la voz por el incidente. Fue un ingeniero de su equipo el que avivó los despachos de una FIA ansiosa por meter de lleno en aquellos momentos a Michael Schumacher en la lucha por el título.
Fernando Alonso lloró esa noche de impotencia. Se retiró al pequeño hotel a las afueras del circuito con su novia y se sintió desamparado. Once meses después, ha recibido otro castigo imprevisto, tendencioso e ilegal. El sábado le robaron la \'pole position\' de madrugada, sin tiempo de reacción, con excusas livianas e incoherentes. La Fórmula 1 se desprende así de la pátina de leyenda que ella misma se unta permanentemente. ¿Negocio o deporte? ¿Competición o simple feria ambulante del automóvil?
Alonso fue capaz de afrontar su desdicha en Hungría con entereza. Salió a la pista sexto, peleó en la tierra de los mediocres hasta llegar al cuarto puesto, y después se puso a pensar en la siguiente carrera, disfrutando en parte del agujero negro donde se ha instalado su propia escudería. McLaren ha sido devorada por su creación. El joven risueño se ha destapado como una fiera ambiciosa y descontrolada, que ha provocado que su propia gente le dé la espalda.
Disgustados con el acto de rebeldía interna, nadie celebró la victoria de Hamilton, excepto sus familiares. La delicada situación de la escudería reclamaba sutilezas y buenos modos. Diplomacia inglesa cargada de hipocresía, no rebeliones públicas. Pero el piloto de Tewin ha hecho estallar por los aires el universo de cristal edificado en el seno del equipo. Ahora, la guerra no se puede tapar bajo las alfombras de diseño.
¿Cuánto durará el enfado con Hamilton? Poco, nada. Se olvidará en tres semanas, cuando vuelve el Mundial. Es uno de los suyos. Es la nueva joya de los patrocinadores. Es el enganche mediático que los gestores de este presunto deporte buscaban tras la retirada de Schumacher. Alonso no les vale. Es un hispano arisco, de verbo directo y sincero. Un campeón al que le gusta más el volante que el \'business\'. Está solo en la tormenta, pero no se rendirá. Sólo le queda fajarse y no duden de que lo hará. De cada golpe extrae un motivo nuevo para vencer. La rabia le agiganta.